miércoles, 18 de septiembre de 2013

Galadriel - Parte 4/1



La noche era roja y se cernía sobre mí desde aquel balcón donde veía el horizonte cargado de espesa niebla. Las nubes se agolpaban en el cielo con furia y violencia provocando pequeños truenos. Tras ellas, la luz de la luna se derramaba, tiñendo todo lo que me rodeaba de ese tono rojizo que caracterizaba esa extraña noche. El viento movía las ramas de los arboles del espeso bosque que apenas se veía a lo lejos. Escuchaba con claridad como las hojas del suelo eran arrastradas cerca de mí, el chasquido de ramas secas al chocar que provenía de alguna parte en la lejanía. Cerré los ojos, concentrada en los sonidos de la naturaleza. Me sentía extrañamente bien, demasiado relajada y tranquila. Sonreí. El viento, de repente, se volvió gélido, trayendo consigo una advertencia. Abrí los ojos y me encogí, abrazándome a mí misma e intentando atrapar la calidez que quedaba en mi cuerpo antes de que el frio se apoderara de mí.

Estaba sola y me di cuenta de que no sabía qué hacía allí. ¿Dónde estoy? ¿Estaré esperando a alguien? No recordaba ni como había llegado ni para qué estaba parada en ese lugar. Quise darme la vuelta, ver lo que tenía tras de mí o simplemente marcharme pero al intentar moverme me di cuenta de que mi cuerpo no me respondía. Comencé a alarmarme y a entrar en pánico. ¿Qué me pasa? Por más que intenté moverme, mis piernas siguieron aferradas al suelo. Un rayo cayó muy cerca y los truenos sucedían ahora uno tras otro sin cesar, vaticinando una inminente tormenta. Pero había algo más. Unos sonidos agudos provenían del cielo y cada vez se escuchaban con más claridad, más cercanos. Alcé la vista sobre mi cabeza para descubrir de donde provenían y fue entonces cuando me estremecí.

Una espesa y oscura nube de cuervos se movía creando un círculo sobre mí. Para mi sorpresa el circulo se hacía más grande a cada instante, como si las aves se multiplicaran. Tenía los ojos muy abiertos, no podía creer lo que veía. Mis músculos se tensaron aunque seguía sin moverme. Los graznidos eran más y más intensos y su vuelo más irregular a medida que el circulo se hacía más grande. Observé con desconcierto y miedo algo que yo jamás había visto ni experimentado. Los cuervos auguran muerte y maldición, pensé. Cerré los ojos y desee que se fueran.
 De repente un calor extraño cubrió mi cuerpo poco a poco, sobresaltándome. Abrí los ojos, creyendo que algo me quemaba. Un torrente de sangre espesa y caliente fluía por mi ahora desnudo cuerpo y resbalaba hasta caer al suelo. Quise gritar pero mi boca no emitió sonido alguno. Mis ojos se dirigieron con horror a la nube de cuervos, temiendo que la sangre los atrajera. Los graznidos aumentaron otra vez al notar que los observaba, aunque ahora se movían de una forma más caótica. Grandes cuervos salían de la nube llamando  mi atención por su desmesurado tamaño, pero volvían a mezclarse en la espesa oscuridad de su unión. De pronto salió un gran cuervo que atrajo toda mi atención y mis ojos se clavaron sin remedio en él. Me atraía de una forma extraña, como si me hipnotizara. De alguna forma sabía que venía a por mí, y aunque estaba aterrada, una parte de ser que yo no entendía ansiaba que me alcanzara. Ese pensamiento me sorprendió. ¿Es que acaso deseas morir?, me preguntaba. El cuervo desapareció en un abrir y cerrar de ojos, pero sentía que estaba cerca. El calor asfixiante había desaparecido. Me observé de nuevo y vi que la sangre ya no fluía sobre mí, pero había dejado mi cuerpo totalmente cubierto.

Tras un potente trueno comenzó a llover de una forma muy violenta. El sonido de los cuervos desapareció por completo, reemplazado por el ruido del agua cayendo estrepitosamente contra el suelo. Entre el sonido de la lluvia escuché a mi espalda unas alas que cesaban su vuelo, y como si algo me hubiera liberado, mi cuerpo al fin reaccionó. Me giré lentamente para observar lo que tenía detrás. Entre la lluvia, en medio del largo balcón, estaba el cuervo. Mi cuerpo se movió con voluntad propia y empezó a aproximarse lentamente al oscuro animal. El cuervo no se distinguía claramente, pero parecía no moverse. A cada paso que daba se iba revelando cuán enorme era la criatura que tenía frente a mí. La monstruosidad de sus dimensiones me asustaba pero mis piernas seguían caminando hacia él en un acto suicida. Repentinamente alzó el vuelo antes de que lo lograra ver bien y me detuve. Tras unos instantes, algo enorme aterrizó tras mi espalda, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me giré. El enorme cuervo no era sino lo que yo ya temía. Era él. Un rayo surcó el cielo de la noche y nos iluminó. Las plumas negras cubrían la mayor parte de su cuerpo. Su pelo, tan oscuro e intenso como sus plumas, caía por ambos lados de su cara, fusionándose con el resto del plumaje. Sus ojos plateados me miraban intensamente y una sonrisa torcida apareció en sus labios mientras extendía el brazo, pidiendo mi mano. Otra vez mi cuerpo se adelantó  y le dio lo que él quería. En ese momento, agarró con fuerza mi mano y me atrajo hacia él. Sus oscuras y enormes alas se curvaron para atraparnos entre ellas, cortándome el aliento con su gélido abrazo.

 Fue entonces cuando desperté.



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