lunes, 25 de marzo de 2013

Galadriel - parte 3


http://www.youtube.com/watch?v=lcVhDrjm9zw


Galadriel permaneció en pie durante unos segundos observando a Galatea, que seguía inmóvil en el suelo tras la caída. Con un movimiento rápido Galadriel la agarró fuertemente del brazo, arrastrándola por el camino que ella había trazado hacía tan solo unos segundos antes en busca de su liberación. Él caminaba con rápidas zancadas y los pies de ella torpe y fallidamente buscaban el suelo para ponerse de pie. Con el fallido intento de huída estaba presa otra vez. El dolor por el fracaso y por la mano aferrada con fuerza a su brazo le hacía gritar mientras retorcía su cuerpo que reptaba sobre la alfombra del suelo, escaleras arriba. Sus alaridos retumbaban en los muros de piedra, haciendo eco en los rincones de aquel desierto y siniestro lugar que prometía ser su tumba. Finalmente, entraron a una habitación y él la soltó bruscamente sobre el suelo, haciendo que se golpeara al caer. La había dejado frente a una gran chimenea encendida que producía la luz de la instancia, haciendo un juego de sombras en ella con el movimiento del fuego que le confería aspecto tenebroso.
  La habitación era grande, de techos altos y colores intensos. Lo que más destacaba de la sala era una gran cama con dosel, cortinas rojo oscuro con columnas salomónicas talladas en madera oscura en cada esquina. Una parte de la pared era un vitral medio cubierto por grandes cortinas. La vidriera era de colores morados, azules, rojos y amarillos  con una puerta de cristal de los mismos colores en el centro. Tras ella se filtraba vagamente la luz de la luna.

Galatea logró incorporarse y sentarse en el suelo. Miró a Galadriel, que ahora la observaba desde su imponente altura con el ceño fruncido, apretando la mandíbula.


- ¿Cómo has logrado salir de la habitación donde te dejé? – Espetó Galadriel con voz grave.


Galatea se quedó callada durante unos pocos segundos, dudando en contestar o no hacerlo. El sonido del fuego consumiendo la madera llenaba el silencio que había en la habitación. Por un momento se le pasó por la cabeza Rafael, el hermano de Galadriel que había conocido en la otra habitación. Estaba casi segura de que le había dejado la puerta abierta a propósito, aunque no entendía el por qué. También recordó lo que le dijo sobre las pertenencias de un vampiro, lo que era de un vampiro era intocable. Por el trato que había hecho, ella pertenecía ahora al vampiro que tenía delante. No quería inculpar a Rafael por facilitarle la huída, pero si no tenía otra alternativa lo haría.


- Dejaron la puerta abierta – Dijo Galatea en un susurro, sin mencionar culpables.


Galadriel enarcó una ceja. Tenía la mandíbula apretada, marcando su pronunciado mentón.


- Es obvio que saliste por la puerta. Lo que te estoy preguntando es quién la abrió - contestó él en un tono más urgente y alterado.


Galatea lo sentía por Rafael. Había intentado ayudarle y estaba agradecida por ello, pero no quería enfurecer al vampiro que tenía delante intentando eludir lo que quería escuchar.


-
  Tu hermano, Rafael, fue a la habitación. Tras marcharse comprobé si la puerta estaba abierta y al estarlo salí.

Galadriel se llevó la mano al pelo, cerrando los ojos y apretando los labios que ahora formaban una línea recta.


- ¡Maldito Rafael! – Gruñó casi gritando. Se dio la vuelta y se alejó de ella, caminando hacia el otro extremo de la habitación -
 No te muevas de ahí o te atraparé antes de que des un paso – y desapareció por una puerta que había junto a la cama antes de que Galatea pudiera articular palabra.

Al poco salió. Se había quitado las ropas manchadas de sangre y las había sustituido por una armadura fina de cuero negro. Llevaba brazaletes de cuero negro tachonado que le cubrían desde la muñeca hasta el codo y se había cubierto con una capa oscura. El pelo negro largo caía por ambos lados de su cara y avanzaba con el ceño fruncido hacía Galatea, que permanecía sentada en el suelo frente a la chimenea, escudriñando con sus ojos metálicos que no se hubiera movido ni
  un solo centímetro.

- Ponte esto – le dijo tirándole encima un vestido verde intenso y una capa negra aterciopelada – Tengo que irme y tú vendrás conmigo.


Galatea miró la ropa que tenía entre las manos con el ceño fruncido. Enseguida se relajó al saber que seguiría viva un poco más. Alzó otra vez la mirada hacia Galadriel.


- ¿Qué hay de mi hermana? – Le preguntó con voz urgente.


- ¿Debería acaso contestarte esa pregunta, humana de osada lengua, después de haberte encontrado huyendo y rompiendo el acuerdo que tenía contigo? – dijo Galadriel con el tono airado y burlón, acercándose a ella mientras sonreía sardónicamente - Si tuviera tiempo te aseguro que ya no estarías respirando, pero desgraciadamente tengo que gastarlo en arreglar los problemas que me ha supuesto cumplir con mi parte. Ponte eso. – Le dio la espalda y se alejó hacia la puerta – Si hubiera sabido los problemas que das, te habría eliminado en cuanto entraste por la puerta.
  – Y cerró la puerta tras de sí de un portazo.




Un pantagruélico carruaje de color oscuro les esperaba en la puerta del hall. Era prácticamente hermético, excepto por unas pequeñas ventanas que habían en cada puerta. La parte baja tenía motivos dorados y negros y en la puerta se podía leer
DOMUS UMBRAS” en letras negras que apenas se distinguían del color del carruaje. La parte alta se formaba por  una línea curva y dorada de la cual cada pocos centímetros se erigían puntiagudas formas.
Tras montarse, el carruaje empezó a moverse con velocidad. Galadriel miraba distraído por la ventana, pero el ambiente para Galatea era más tenso, el silencio la incomodaba y miraba a Galadriel fijamente sin ser consciente de ello, pensando en lo que le había dicho antes de dejar la habitación. ¿Entonces había sacado a su hermana de allí? ¿Estaría viva? Recordó que llevaba sangre en la camisa cuando volvió. ¿Sería sangre de su hermana?

- ¿Está viva? – dijo Galatea casi en un susurro interrumpiendo el incómodo silencio y los pensamientos de Galadriel, que ahora la miraba fijamente desde el asiento paralelo.

Después de esperar una respuesta tras varios segundos, Galatea continuó:

- Se que no debería haber huido. Haberlo intentado no dice mucho de mí ni de mi palabra, que supongo que piensas que no tiene valor. Pero ¿qué habrías hecho tú o cualquier otro teniendo la oportunidad? Intentar salvarme de un futuro incierto, por no decir inexistente, es un instinto que estoy acostumbrada a seguir – hizo una pausa, escudriñando el rostro de su acompañante y volvió a hablar  – No estoy excusándome. Soy perfectamente consciente de todo lo que suponía ayudarme, lo que acordamos y lo que he hecho después, pero al menos quiero saber la respuesta; eso fue lo que me trajo hasta aquí.

Galadriel seguía sin contestar. Tenía el gesto inexpresivo, pero la miraba fijamente. Ella también lo miraba, jadeante y ansiosa por el discurso que acababa de soltar y por la expectación ante su respuesta. Al cabo de unos segundos Galadriel volvió a mirar por la ventana y contestó:

- Si, está viva. La liberé y salió corriendo en cuanto pudo – Volvió la cabeza para mirarla, alzando una ceja y con el gesto serio – Costumbre que al parecer compartís las dos hermanas.

Galatea suspiró aliviada, aunque no sabía cómo encajar la última frase. Decidió calmarse y no contestar, ya había obtenido la respuesta que quería.

- ¿Cómo sabías que estaban allí exactamente? – Preguntó curioso, como si acabara de caer en la cuenta de ello – Esa clase de gente no suele quedarse mucho tiempo en el mismo sitio por miedo a ser descubiertos.

Galatea bajó la vista y empezó a alisar el vestido con las manos. Estaba incómoda por la pregunta. Tomó una bocanada de aire y volvió a mirarle.

- A mí también me tenían en ese lugar, aunque estuve poco tiempo. Mi hermana y yo vivimos solas. Entraron por la noche mientras dormíamos, nos amordazaron y desvalijaron cualquier objeto que tuviera algo de valor de nuestra casa. No sé por qué pero nos llevaron con ellos hasta allí. A mí no me ataron bien y pude escapar, pero no pude liberar a mi hermana. Eso fue hace unos días, y desde entonces he estado vagando en busca de ayuda. Nadie ha querido ayudarme. Hasta ahora.

Galadriel no contestó. La miraba sorprendido. Dirigió su mirada otra vez hacia la ventana, observando la penumbra de la noche. Se escuchaba el sonido del viento al mover bruscamente las ramas de los arboles del exterior y el golpeteo de las ruedas contra las piedras del camino.

- He de agradecerte que me ayudaras – prosiguió Galatea - Sé que no debería haber intentado escapar pero sobrevivir es un objetivo mayor; mayor que cumplir con cualquier acuerdo. Tú has cumplido con tu parte del trato y yo ahora cumpliré con la mía – Y las últimas palabras sonaron como un juramento. Lo que acababa de decir era su declaración de rendición, la resignación ante cualquier idea de escapar y salvarse.

Una sonrisa sardónica y torcida apareció en los labios de Galadriel, que había vuelto sus ojos otra vez en ella.

- No tienes otra opción. Cuando sellaste el trato conmigo sellaste tu destino. Ahora me perteneces – se detuvo para contemplar la mirada estupefacta de Galatea y continuó - Si hubieras logrado escapar hubiera ido tras de ti, y he de decir que con malas consecuencias. Yo siempre me salgo con la mía. Siempre – dijo recalcando con voz grave el último “siempre”.

Galatea lo miraba abrumada. Sus palabras llevaban implícita una carga amenazante y el ambiente se había tensado. No dijo nada más el resto del camino. Giró la cabeza para mirar por la ventana, contemplando el cielo de la noche ahora despejada, y así, no mirarle a él.



Entraron a una ciudad amurallada. Las calles estaban desiertas, excepto por guardias y alguna que otra sombra que cruzaba rápidamente por la calle. Tras unos minutos de trayecto, las calles empezaron a estrecharse  y se adentraban en una parte más profunda de la ciudad. El carruaje amenazaba con colisionar con los muros más próximos por la velocidad que llevaba, hasta que finalmente se detuvo en medio de una de ellas.

- Vamos – Dijo Galadriel, levantándose para salir del carruaje – Y una cosa, ni se te ocurra alejarte de mí. No es una orden, sino más bien una sugerencia.

Galatea lo miró desconcertada, preguntándose donde estarían. Le siguió sin contestarle, abandonando el carruaje que salió disparado por la estrecha calle, desapareciendo en pocos segundos.

La calle estaba tenuemente iluminada por candiles adheridos a los muros. Se escuchaban débiles y difusos ruidos que retumbaban en las paredes, voces amontonadas y mezcladas con música.

- ¿Adónde vamos? – preguntó ella.

- A una taberna nocturna.

Galadriel avanzó hacia el edificio que tenía enfrente, con Galatea pegada a sus talones. Abrió la puerta grande de madera y entraron en una angosta sala donde sólo había una escalera de piedra hacia abajo y una puerta  a la izquierda. Bajaron dos pisos por las escaleras de piedra y al llegar al rellano un hombre alto y ancho vestido de negro salió de un rincón sin luz y se apresuró a abrir otra gran puerta de madera, inclinando la cabeza al pasar  Galadriel.

 Entraron a una gran sala atestada de gente. La música que inundaba la sala provenía del centro de la sala, donde los músicos tocaban absortos en su tarea. La música se mezclaba con las voces y las risas, y la melodía resultante era una mezcla agitada. La luz del lugar era tenue y el color azul oscuro de los murales de la pared hacía de la estancia un lugar sombrío, contrastando con la bulla y el espíritu ocioso de las personas de la sala. Grandes telas colgaban aleatoriamente desde el techo alto hacia el suelo y dividía la gran sala en varias zonas. A Galatea le sobresaltó el ruido y el tumulto de gente y comenzó a caminar despacio y con cautela mientras seguía a Galadriel. Empezó a mirar de un lado a otro, observando a las personas de aquel sitio. Bastantes estaban ebrios, se movían torpemente y hacían escándalo. La mayoría de ellos lucían trajes ostentosos y elegantes. Sus manos estaban ocupadas con copas y sus rostros se cubrían disfrazados con máscaras. A la izquierda se extendía la gran barra de la taberna.
Mientras seguía caminando hacia delante, Galatea se percató de que algunas miradas se habían clavado en ella desde que entró al lugar y empezó a sentirse incómoda. Una corazonada le hizo mirar hacia atrás, y al girar la cabeza descubrió que una mujer le seguía por detrás, sonriéndole de una forma extraña, acercándose cada vez más rápido. Ella conocía esa clase de mirada, y al caer en la cuenta, una punzada de adrenalina le recorrió la espalda. Galatea ya conocía esa aura y esa misma mirada intensa y predadora, y  enseguida supo que había más vampiros mezclados entre la gente. Recordó lo que le había dicho Galadriel en el carruaje antes de salir de él y ahora entendía a lo que se refería. Galatea miró hacia delante y se percató de que había perdido a Galadriel, que ya no caminaba delante de ella.

La sangre se le aceleró y empezó a caminar con rapidez hacia delante, buscando a Galadriel. Lo había perdido totalmente de vista y empezó a agobiarse al verse perdida en ese lugar. Miró hacia atrás y la mujer seguía ahí, sonriéndole de esa forma extraña y cada vez más cerca. No sabía lo que quería, pero tampoco quería parar a preguntarle. Empezó a girar y a dar vueltas por la sala, intentando eludir a la mujer que le perseguía, mezclándose entre la gente, esperando encontrarse con Galadriel. El tiempo se le pasó como una eternidad, miraba continuamente hacia atrás, hasta que se aseguró de que la mujer ya no le seguía. No sabía dónde estaba y el alboroto al que no estaba acostumbrada había empezado a superarle. Cada vez se movía con más rapidez por la sala, ansiando encontrar a su acompañante. Jadeante por la ansiedad, siguió moviéndose hasta que llegó al fondo de la parte izquierda de la sala donde apenas había gente. De pronto se sintió acorralada, y un sentimiento de alarma le recorrió la espalda. Desde atrás una mano agarró su brazo y la hizo girar bruscamente. Galatea se asustó y emitió un grito agudo que se perdió entre las risas y el sonido de la música.

- Te había dicho que no te alejaras, maldita sea – Galadriel la tenía agarrada por los brazos muy cerca, apretando con demasiada fuerza y gruñendo en voz grave las palabras, clavando sus ojos plateados en los azules de ella. Tenía el ceño fruncido y el gesto exasperado – Estás acabando con la poca paciencia que tengo – espetó secamente. Giró sobre sus talones, y con uno de los brazos de ella aún agarrado con fuerza, se dirigió caminando a grandes zancadas hacia el otro extremo de la taberna.

Llegaron al fondo de la parte derecha de la taberna donde había pequeñas salas con forma de arco que servían de zonas privadas. Estaban separadas del resto de la taberna por una doble altura y cortinas del mismo tipo que había por el resto de la taberna. Galadriel se encaminó con paso firme hacia una de las salas que tenía las cortinas cerradas y violentamente abrió la cortina con una mano, sobresaltando a sus ocupantes.

En ella había dos mujeres y un hombre entre ambas. La sala era bastante pequeña, ajustada al espacio que requería la mesa redonda que había en el centro de ella y los asientos de la misma. Las mujeres se relajaron al ver que el intruso era Galadriel y el hombre emitió una pequeña carcajada.

- Laica. Sira – Galadriel saludó fugazmente a las dos mujeres que contestaron al saludo con la cabeza y luego se dirigió al hombre – Adam tengo que hablar contigo.

- Cómo no, hermano. Si no, no te habrías molestado en venir hasta aquí. – Bromeó Adam, que sonrío y se levantó para estrecharle el brazo a su hermano en un saludo – Por cierto, deberías practicar lo de llamar antes de entrar – dijo en tono divertido, sonriendo a su hermano.

Adam compartía casi los mismos rasgos físicos que Galadriel. Aparentaba aproximadamente la misma edad, era alto y delgado, de espalda ancha y ojos plateados. Su mentón era pronunciado y su nariz recta. A diferencia de Galadriel, éste tenía el pelo castaño y menos largo, junto con un aire más refinado y elegante. Las dos mujeres eran morenas y de piel pálida, suntuosas y con el pelo arreglado en un enorme recogido de rizos y tirabuzones. La más cercana a Adam parecía ligeramente mayor que la otra, con rasgos más suaves y un lunar en la mejilla.

- ¡Vaya! Pero si traes compañía, qué sorpresa – dijo Adam con entusiasmo. Sus ojos se posaron intensamente en Galatea durante unos segundos – Preséntame a tu bella acompañante ¿no? – dijo con una sonrisa torcida.

Galadriel lo miró apretando las mandíbulas mientras las mujeres contemplaban la escena con ojos y oídos curiosos. Galadriel no articulaba palabra ni se movía así que Galatea se irguió y se adelantó para no seguir a su sombra.

- Mi nombre es Galatea – dijo al final Galatea, presentándose por sí misma.

Adam la miraba con gesto divertido y giró la cabeza para mirar la reacción de su hermano, que miraba a Galatea con el ceño algo fruncido.

- Mucho gusto, Galatea – le contestó con una sonrisa y miró a la mujer del lunar en la mejilla – Laica, ¿podrías llevarte a Galatea para que le atienda alguno de tus taberneros? Seguro que esta sedienta por el viaje.

- Claro. Traeremos también algo para Galadriel – Laica se levantó rápidamente, comprendiendo las intenciones de Adam - Vamos Mira. Galatea, ven conmigo por favor.

La mujer más joven se levantó y buscaba la mirada de Galadriel mientras caminaba hasta la salida, pero éste la tenía clavada en su hermano. Las tres abandonaron la sala y Galadriel tomó asiento junto a su hermano.

- ¿Cómo es que has traído a la humana aquí? Me tienes sorprendido – dijo Adam.

- Vino a buscar ayuda para liberar a su hermana – Galadriel sorbió de la copa de su hermano - Hicimos un acuerdo y ya puedes imaginarte el resto. Me la he traído porque ha intentado escapar y no podía dejarla sola otra vez. Ella no es de importancia, el problema está en que liberando a su hermana maté a hombres de Narciso.

- ¿De Narciso? – Contestó Adam, sorprendido - ¿Estaban en nuestro dominio o fuera?

- Estaban dentro de los límites de nuestro dominio, bastante cerca del castillo además. No sé qué harían aquí pero esto no huele bien. Narciso no nos dijo que tendría a sus hombres por aquí, cuando debe pedir permiso o al menos informar. Y otra cosa es que he matado a todos ellos menos a uno. Si el que quedó vivo no me reconoció puede que incluso Narciso venga a pedir cuentas por haber perdido hombres en nuestro territorio. Ese cabrón es muy impredecible – Galadriel movía la copa, observando su contenido mientras hablaba - No descubrí el anillo hasta que lo vi en la mano de uno de los cadáveres que yacía en el suelo.

- Bueno – dijo Adam pensativo – puede que no pase nada. Aunque ya sabemos conocemos a Narciso. Si no se entera de que los has matado tú mismo nos pedirá algo desmesurado a cambio de los hombres que ha perdido, aunque realmente no es nuestro problema. Lo malo sería que supiera que has sido tú, que entonces el agravio aumentaría. Si controla una de las casas vampíricas más importantes es por algo, y no es precisamente por dejar pasar las cosas.

Laica y Galatea irrumpen en la sala. Laica pone una copa delante de Galadriel y se dirige otra vez a la salida.

- Adam, estaré fuera – Adam asintió y le dirigió una sonrisa - Galadriel, Galatea ha sido un placer veros – y desapareció cerrando la cortina.

La sala se queda en silencio unos instantes. Galadriel mira a Galatea que está sentada a su lado y vuelve la vista hacia su hermano, siguiendo con la conversación.

- Primero tendrá que decirme que hacían sus hombres merodeando tan cerca de mi casa, en mi dominio, robando e incluso raptando gente a su paso, llamando demasiado la atención. Los dominios se establecieron por algo, no pueden pasearse así porque si por el dominio de otro nocturno ni ocasionar ningún desorden a no ser que se tenga su consentimiento, esto no es nuevo. Yo no he dado consentimiento para nada así que no me importa haberle quitado algo de su propiedad, no pienso darle nada a cambio a no ser que tenga algo interesante que decirme – La voz de Galadriel sonaba grave y alterada.

- Galadriel, si Narciso se pusiera en contacto contigo tómatelo con calma, no desencadenes ninguna disputa. Me costó mucho conseguir que nuestra casa estuviera en un estado neutral con la de ese viejo loco. Además, ya te he dicho que quizá no pase nada. Todo esto es raro, si, pero tenemos que asegurarnos antes de dar nada por sentado.

- Bueno – Galadriel se había calmado notablemente. Se pasó una mano por el pelo, pensativo -  Contacta con Ofelia, a ver si ella ha visto a Narciso últimamente o ha oído algo de él. Llama al clan de Oliver, que regresen y se instalen en el castillo para buscar intrusos dentro de nuestro dominio. No creo que haya nadie más, pero prefiero asegurarme antes de que Narciso contacte conmigo. Si lo hace.

- Bien. En cuanto consiga encontrarlos iré al castillo. Dejaré a Laica encargada aquí en la ciudad mientras yo no estoy. Avisa a Rafael.

- Bien – dijo Galadriel levantándose – me voy entonces. Nos veremos allí. Vámonos – dijo dirigiéndose a Galatea.

- Galatea, ¿puedes esperar un momento fuera, por favor? – le dijo Adam sonriéndole.

- Claro – dijo ella, subiendo la doble altura y moviendo la pesada cortina para salir.

- ¿Qué pasa? – dijo Galadriel desconcertado.

- No puedes hacer con ella lo que tienes pensado ¿me comprendes?

Galadriel alzo una ceja, estupefacto.

- ¿Qué se supone que debería hacer con ella según tú?

Adam no le contestó. Su respuesta era una sonrisa que su hermano conocía bastante bien.

- Y ¿por qué debería hacer lo que me pides exactamente? – continuó Galadriel con voz cansada.

- ¿Vas a cuestionarme siempre? – Dijo Adam divertido – Sabes que tengo una razón, sino no te diría algo así. Lo que haces con tus humanos es asunto tuyo, pero veo cosas que tú no ves y he visto algo bastante interesante en ella. El destino os ha traído aquí, juntos. Estáis ni más ni menos que donde debéis ¿Sabes lo que quiero decir?

- Déjate de acertijos y explícate.

- Su energía me es familiar. Es tan oscura y poderosa como la tuya. Sois muy parecidos Galadriel, os movéis por  la misma fuerza. Eso fue la causa de que llegara hasta nosotros – Adam estaba más serio – Tengo curiosidad por ver lo que Numen hará con ella.

Se tenía la creencia de que existía una misteriosa fuerza etérea a la que se le llamaba Numen. Se encargaba de dar equilibrio al mundo, aunque no se tenía certeza de lo que era exactamente. Sólo se sabía que actuaba de una forma imprevista y de formas distintas dependiendo cada ser, dotando a veces de dones o habilidades o degradando al ser en concreto. Se creía que esa fuerza había creado la magia e incluso a los primeros vampiros.

Galadriel cerró los ojos e hizo una mueca con los labios, sopesando sobre lo que acababa de decirle su hermano.

- Me voy – dijo tras unos segundos  – Te veré pronto - Galadriel se giró y salió rápidamente de la pequeña sala.

El camino de vuelta al castillo sucedió en silencio. Galadriel había pasado la mayor parte del trayecto observando a Galatea, que se movía incómoda en su asiento a causa de tanta atención.  Finalmente, el carruaje los dejo en la puerta del hall.

- Sígueme – dijo Galadriel con voz grave y seca.

Galatea lo siguió por el hall y por el gran salón, sintiéndose observada mientras caminaba, aunque aparentemente no había nadie.  Subieron las escaleras hasta la habitación donde había estado con Galadriel unas pocas horas antes. El fuego de la chimenea seguía encendido y desplegaba el mismo juego de sombras por toda la habitación. Galadriel se desabrochó un cinturón del que colgaba una pequeña daga y lo dejó sobre una mesa. Se giró y se acercó a Galatea que estaba parada frente al fuego. El corazón de ella empezó a acelerarse con rápidas palpitaciones. Galadriel sonreía al ver la cara de expectación y miedo de Galatea conforme se acercaba a ella. Cuando estuvo casi rozando su cuerpo con el de ella se detuvo y alzó las manos. Galatea cerró los ojos y tragó saliva. Su corazón latía con más intensidad. Galadriel dirigió sus manos hacia la base del cuello de ella, y con un leve tirón, desató el nudo de la capa de Galatea. Galatea abrió los ojos al sentir la suave tela cayendo hasta las manos de Galadriel, que la arrojó sobre una de las sillas que había en la habitación.

- Espérame ahí fuera – dijo él con voz grave mientras señalaba la puerta de la vidriera que ocupaba parte de la pared.

Galatea lo miró con ojos de resignación y asintió. Al abrir la puerta de la gran vidriera descubrió una enorme terraza con forma ovalada. La luna la iluminaba y desde allí se escuchaba el azote del viento sobre los arboles del paraje que rodeaba al castillo. Caminó por la terraza para acercarse a la balaustrada que lo delimitaba  y mirar hacia abajo. Una gran explanada se extendía por lo que era la parte trasera del castillo. El terreno estaba compuesto por varias zonas, unas eran de tierra y en otras había abundante vegetación y jardines que trazaban caminos con diversas formas. En el límite izquierdo de la explanada había una pequeña capilla. El final de la explanada era un gran precipicio que separaba dicha explanada de la más absoluta oscuridad del profundo acantilado. Más allá del barranco había oscuras montañas que rodeaban el resto del paisaje.

- ¿Estas preparada para dejar esto? – la voz grave de Galadriel sobresaltó a Galatea, que cerró los ojos y apretó los labios. Galadriel se acercaba por su espalda pero Galatea no se giró a recibirle.
- ¿Acaso tengo otra opción? – contestó seriamente ella mientras abría de nuevo los ojos, pronunciando las palabras que él le había dirigido mientras iban a la ciudad.

Galadriel finalmente llegó a su lado, sin decir nada y comenzó a observarla. El cabello castaño claro y largo caía por su espalda sobre el vestido verde intenso. Tenía la mirada clavada en el horizonte, decidida y solemne.

- Aunque he intentando escapar de mi destino no lo he conseguido. Supongo que así es como debe ser – siguió ella, reflexionando en voz alta – Una vida por otra. Un intercambio que vale la pena.

Galadriel la contemplaba. Se giró hacia ella y ella lo miró.

- Veamos si vale la pena – dijo Galadriel acercándose más a ella, dedicándole media sonrisa torcida, mirándola fijamente con sus ojos plateados, contestándose a sí mismo a sus propios pensamientos.

Tomó la cabeza de ella con una mano, girándola hacia un lado. Con la otra la agarró de la cintura y la aprisionó contra su cuerpo. En un instante, la cara de Galadriel cambió. Ahora un monstruo la miraba, con los colmillos expuestos y la cara deformada, diabólica. Galatea emitió un grito al ver la demoniaca cara del monstruo que tenía delante, hasta que el vampiro se abalanzó sobre su cuello y empezó a desangrarla.

Galatea sentía su vida correr por sus venas hasta la boca del nocturno. Se estaba debilitando a cada segundo. Sentía cómo la vida se le escapaba, el calor de su cuerpo, el aire. Hasta que finalmente la vista se sumió en tinieblas.