martes, 3 de diciembre de 2013

Galadriel - Parte 4/2



Abrí los ojos, volviendo a la realidad, a la dolorosa realidad. Mi cuerpo estaba paralizado de dolor. Sentía mis extremidades entumecidas, como si mis músculos estuvieran desgarrados. Mi boca se abrió en un intento de queja, de trasmitir un agónico alarido, pero en cambio solo emití un patético murmullo.

Mis ojos fueron recobrando visión, al tiempo que mi conciencia se recobraba de un extraño estado onírico que me había hecho soñar con la bestia que me había hecho esto, un monstruo. Estaba totalmente desorientada, y hasta ahora no me había dado cuenta de que yacía en una enorme cama. Dirigí mis ojos con mucho cuidado hasta mi cuerpo, intentando no mover ni un ápice de mí misma, temiendo que el dolor agudo que tenía por todo el cuerpo se incrementara. Para mi sorpresa, estaba ilesa. No tenía ni una gota de sangre sobre mí, ni un rasguño. Intenté recuperar información de mi confusa cabeza, lo que pasó antes de estar ahí, antes del extraño sueño con el cuervo.
Me mordió, al fin recordé. ¿Qué se supone que pasó después? Mis ojos se abrieron ante el horror por la incertidumbre de no saber si quiera por qué seguía respirando ni porque estaba en la enorme cama, a oscuras. Y entonces noté algo. Una presencia. Una extraña presencia estaba en la habitación. Detuve mis pensamientos para fijarme en lo que tenía alrededor. Reconocí la habitación. La habitación del monstruo.

Todo estaba completamente a oscuras, salvo por algo de luz proveniente de las ascuas de la hoguera, prácticamente apagadas, que estaban frente a mí. Tenía la cabeza reposada en una almohada mullida y enorme, lo que me facilitaba la visión sin tener que moverme. Mis ojos se fijaron en un punto. Estaba allí, junto la chimenea de la habitación, podía sentirlo, mirándome. Sentía sus ojos observándome, y el ya se había percatado de que yo ya sabía que estaba ahí, escondido entre las sombras, en silencio. Mis ojos no se apartaron de la oscuridad donde él estaba ni un segundo. Quería respuestas, estaba muriendo de miedo, furia y dolor por igual. ¿Qué me había hecho? Intenté articular palabra, pero otro insignificante murmullo salió de mi boca.

- Estás muriendo – dijo él con voz grave y calmada, cortando el profundo silencio.

Tras sus crudas palabras escuché nítidamente como abría una botella de cristal, y el olor de la fuerte bebida llegó hasta mí como si yo misma estuviese degustando el licor, bajando por mi doliente garganta. Mi visión se estaba haciendo cada vez más aguda, ya podía situarlo junto a la chimenea, sentando en un enorme sillón, traspasándome con su intensa mirada, con una copa de cristal en una mano mientras la otra descansaba en el brazo del sillón. Estaba sentado muy erguido, como si su cuerpo estuviese en tensión, aunque su rostro reflejaba más bien lo contrario.

- Se lo que estás pensando – Bebió un trago. Media sonrisa apareció en su rostro, sin apartar la vista de mí. – Por suerte o desgracia para ti, no vas a morir. Tu cuerpo ya lo hizo, de hecho, anoche, ahí fuera. Yo mismo lo hice. – Tras una pausa, bebió un pequeño trago más - Y ahora mismo te estarás haciendo otra pregunta, ¿verdad? – La sonrisa ya era completa, algo en sus palabras le causaba diversión -Sientes tanto dolor porque tu cuerpo está volviendo a la vida. No en la misma forma que antes, claro. Sentirás una extraña sed, que ningún líquido calmará. La luz del sol te molestará, y si te expones a ella incluso te destruirá. Te he dado el mejor de los regalos. La eternidad; al precio de vivir en las tinieblas, en la noche. Y ahora me perteneces.

Se levantó del sillón, con un semblante siniestro, y la grandeza del vampiro eclipsó la poca luz que emitía la agonizante hoguera.  Se detuvo frente a la chimenea, con la mirada absorta en el calor del fuego. Su cabellera oscura caía hacia abajo por uno de los lados de su rostro y por la espalda. Tras unos segundos en silencio, mientras observaba las ascuas, prosiguió con su discurso, ahora con un tono más serio.

- Somos una mezcla entre muerte, maldición y aberración. Ahora eres como nosotros, y debes aceptarlo o morir. Esa decisión es totalmente tuya – Se giró para mirarme y volver al sillón desde donde me observaba. En su rostro ya no había restos de humor, sino un semblante totalmente serio. No sabía lo que le pasaba por la mente, pero tenía la impresión de que distintos pensamientos cruzaban su mente, algunos le gustaban y otros, claramente, no. Su humor cambiaba con tanta facilidad que era difícil adivinar lo que pensaba.

Se quedó en silencio un largo rato, escudriñando mi rostro hasta el último ápice, sentado y sosteniendo la copa sin beber. Yo mientras, intentaba asimilar lo que me acababa de decir. Me había convertido en un monstruo. Una bestia del mal. Había condenado mi alma a una vida de sangre y muerte.

- Si aceptas lo que eres, deberás obedecerme y servirme y estarás bajo mi protección y la de toda mi casa. Ahora no entiendes nada, pero si osas cruzar la línea descubrirás de lo que hablo y porque he hecho esto. Yo no quería, créeme. No porque me compadeciera de ti, por el contrario, anhelaba beber de ti y después terminar, cobrarme tu vida al igual que he hecho con miles más, a cambio de continuar con la mía. Mi plan era darte muerte una vez me alimentara de ti. Pero una persona me hizo cambiar de opinión. Veremos si se equivoca o no – terminó la frase con un tono pensativo, casi susurrando, como si acabara de recordar algo.

Se volvió a levantar, pero esta vez se dirigía hacia la puerta.

- La noche acaba de caer. Pronto estarás bien – Antes de abandonar la habitación, sus ojos plateados se clavaron en los míos, de nuevo, y noté la conexión que había notado en el sueño, una unión más allá de la carne, una atracción extraña e ineludible, oscura y siniestra – Decídete.

Tras su partida las ascuas se apagaron totalmente, y  la total oscuridad me envolvía, calmando el dolor de mi cuerpo, reconfortándome, devolviéndome a la vida. Me encogí sobre mí misma. Sentía un enorme vacío. Mi humanidad me había sido arrebatada, junto con la salvación de mi alma ahora condenada. El odio y la oscuridad empezaron a llenar el vacío, recargándome con una extraña energía. Sentía como la oscuridad se filtraba por mi piel y se adhería a mi alma corrompida. Era mi nueva aliada, mi refugio.
Tras unos instantes, me incorporé. Ya había tomado una decisión.